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jueves, 18 de julio de 2013

Recordando a Lucía

La imagen que de ella  tengo grabada  en la retina es la de su cara afable y sus pequeños ojos grises. Esos ojos que me transmitían una gran serenidad y un cariño inmenso.
Quizás por eso  los ojos grises siguen causando en mí un efecto confortador  e inspirándome confianza. 
Solo ella me llamaba por mi nombre.
Tienes ese nombre  porque eres  un ángel, me decía,   y tienes alas, y esas alas  te llevarán a donde  quieras ir.  Y mientras lo decía me abrazaba fuertemente. 
La recuerdo cosiendo en la galería de la casa, una enorme galería llena de plantas.  Sentada en  una silla baja con la caja de los hilos a su lado. 
Allí  nos enseñó a sus nietas a hacer ganchillo y punto de media y mientras cosía nos contaba historias de jóvenes enamorados.  
Yo me sentía su favorita, era a mí a quién pedía que le enhebrara las agujas.

Y solo a mí me enseñó  su saber  más  preciado,  solo tú puedes,  solo tú tienes el don,  me dijo. 

De ella aprendí todo lo que se, y heredé un anillo de oro con una esmeralda y su caja de los tesoros.